Sus pasos no sabían de la luz que se escurre entre las hojas, los pies incesantes iban marcando el paso del reloj sin que jamás se detuvieran, sin que su cuerpo, cansado de andar, cayera rendido ante la fuerza de la contemplación. Deseaba, en silencio, que sus ojos atestiguaran innumerables maravillas, soñó con ver nacer flores de manos de mujeres e imaginaba que a las montañas les podían crecer alas, pero no se había detenido a ver las constelaciones que forman las ramas de los árboles cuando acarician el cielo. Cuando lo hizo, la maravilla puso de golpe colores en ese cuerpo de tonos grisáceos y sus ojos pudieron escuchar por primera vez, fue entonces cuando quiso ser el ave, quiso ser el Sol. (Solo había que mirar hacia arriba)