Caminando triste y solo, con el paladar aún preñado por tu suavidad infinita,
pienso que a pesar de que te has ido vives dentro de mí.
Tu cuerpo espeso fue siempre imán de poesía falsa.
Como último homenaje te canto estas letras nostálgicas:
Tú me trajiste, fuiste tu quien entró en mi cuerpo condenándome al más común de los lugares;
en este hermoso sitio del que no se debe escribir,
dejo mi pluma para siempre.
Tu dulce tacto me ha quitado todo y habiendo perdido el pudor que el orgullo impone,
me atrevo a decir que
te amo,
te amo,
te amo. En este paraje viejo,
recuerdo como tu piel rojiza solía derretirse en mis dedos y sin mejor plan, me digno a gritarle al cielo tu nombre:
Helado de mamey.