El diablo me visitaba de niño, un diablo rojo con escamas tornasol. Se sentaba y me contaba todas las historias que hay. Si lo interrumpía y le preguntaba algo me responda con la verdad puesto que este diablo lo sabe todo. Al final de su visita yo sabía todo lo que quería.
Al terminar la conversación se reía y me confesaba que aquello era una broma, cuando el se fuera olvidaría la historia, olvidaría las respuestas y también se borraría cualquier memoria de el.
A la media noche en el bosque se materializaron en medio del bosque 300 bebés en el momento justo que termina un día y empieza otro (los números son siempre un estimado). Hacía frío de bosque de pinos ahí pero no llovía, el cielo estaba despejado y la luna brillaba gigante. Todos permanecimos como suspendidos ante tal sensación, lo único que un bebé puede sentir siendo que nunca ha sentido nada.
Aquel momento duró lo que ahora me parece un eternidad, toda la noche y la madrugada solo observamos el bosque pestañeando.
Aquel evento fue presenciado por todos en el bosque puesto que justo a esa hora era cuando más cosas ocurrían, el zorro solo levanto la vista y perdió un pez de un estanque, maldiciendo aquellos bebés. La historia de los otros no difiere mucho de la nuestra, todos aparecimos de un momento a otro, sin aviso, en medio del bosque.
La calma se rompió en la madrugada cuando, al clarear el cielo 33% de los bebés decidieron que era buen momento de empezar a chillar en unísono, los otros desviaron la vista para tratar de ver que pasaba y 50% de ellos, a su vez, comenzaron a llorar. Los demás se quedaron observando el comportamiento de los llorones pasmados, tratando de decidir que hacer y de ellos 21% comenzó a imitarlos, los demás solo observaban todos los bandos intentando descifrar que significaba tanto alboroto. El único resultado de aquel gigantezco berrinche fue que nos perdimos (todos) el amanecer.