Acá los gringos no se mezclan con los mexicanos, en San Antonio sí. Acá los mexicanos compran queso mozzarella de 4 libras en el trolley a un negro que va por los vagones dicendo "queso, queso".
Caminé mucho hasta el parque Balboa para encontrar un llano con pasto, rodeado de museos cerrados que ya ni quise descubrir, me di vuelta y me perdí entre las calles de nuevo. Algunas llenas de vagos con carritos amontonados de cobijas y lo que fueran sus pertenencias. Fumando, llenos de ansiedad, hablando solos.
Caminé tanto, me cansé de tantos locos caminando, cojeando, haciendo muecas, ansiosos, hablando solos. Me cansé de caminar y de esta tierra de zombies. O son mexicanos o o son jóvenes o son exitosos o son locos, no hay de otra aquí.
En la mañana la fila era larga, bien larga; todos los mexicanos recién bañados, listos para cambiar de país e ir a trabajar, como todos los días. Y ahora, de noche, de regreso en el trolley me los encuentro, veo las mismas caras, pero cansadas, cazando un asiento del atestado transporte público. Entre más nos acercamos a la frontera, se van diluyendo las voces sajonas, el vagón se escucha más mexicano.
Ya veo México dice el niño que recorre, si no todos los días, frecuentemente esta ruta. Yo, me apresuro para mimetizarme con el bullicio, preparo mi salida del tren, me uno al río de mexicanos que regresan a su patria, donde descansan. No sé a dónde vamos, pero yo los sigo casi corriendo, tenemos mucha prisa, sigo el caudal y derrepente dejo de ser una de ellos.