The garden Review

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Cuando era niña, le contaba a mis papás un sueño recurrente que tenía. Les contaba que en mi sueño llegaba a una cueva con un techo muy alto. No logró recordar como llegaba a la cueva y porque era una cueva. No recuerdo el techo, aunque tenía la sensación de estar en un lugar seguro. No era una cueva obscura, al contrario, estaba llena de luz y colores. Las paredes de textura de piedra parecían de madera, ese tono que es acogedor y cálido. Había helechos colgando y enredaderas que al final tenían flores blancas y amarillas como campanas. En el suelo, que era suave al pisar, había pasto de un color verde brillante. Ese verde que se ilumina por el sol en contra luz. Había, esparcidas por todos lados, manchas de margaritas blancas. Yo me sentía segura y alegre de caminar en un lugar tan luminoso. Recuerdo que en medio corría un río de aguas cristalinas color turquesa. La corriente era muy tranquila y se podía distinguir el fondo del río lleno de piedritas. Yo caminaba por el pasto hasta llegar a la orilla del río. Había musgo y ahí me encontraba con un caballo blanco con alas que tomaba agua. Además de alas, tenía un único cuerno en medio de las orejas en forma de espiral con todos los colores del arcoíris. Cuando me acercaba a él y lo acariciaba, me despertaba.

Así les contaba a mis papás mi sueño recurrente. En mi sueño sí había una cueva, era obscura, casi sin luz. Había muchos niños y todos teníamos miedo. No recuerdo sus caras, solo recuerdo que estábamos todos sucios y agachados para no ser vistos. Intentábamos no hacer ruido, aunque era muy difícil porque el piso estaba lleno de basura. De hecho, había montañas de basura y nos movíamos con mucha dificultad. De repente, aparecía una luz blanca muy fuerte entre la basura y aparecía una mujer vestida de negro. Esta mujer era guapa, joven, vestida de negro y su presencia nos espantaba. Estoy, casi segura, que algo nos decía. Cuando aparecía, todos los niños, incluyéndome, empezábamos a correr e intentar escondernos de ella. Yo corría y corría. Era tal la desesperación que corría sin parar, ni voltear. Sentía la presencia de la mujer y seguía corriendo. Trataba, desesperadamente, que no me viera y que no me alcanzara. En el mismo momento del sueño cuando ya no podía correr más, volteaba y me daba cuenta que corría sola. La angustia me asechaba y me despertaba. Al día de hoy no se porque este sueño. Aún cuando estoy jugando, me aterra que alguien me persiga.